Parqués para principiantes

Por: José Joaquín Cuenca Melo

Tenía catorce años y, hace poco, una enfermedad en los bronquios. Tos y más tos, después sin aire, le daban náuseas de tanto toser y vomitaba. La tos desencadenaba una bobada. Un polvo por ahí perdido, suspendido, un susto que le pegaban, un acceso de risa, obviamente se agitaba; un pedazo de comida cogiendo el camino viejo y busque el balde. Su mamá estaba preocupada, pero no mucho, es que no se veía tan grave, es que de color estaba bien, nada de fiebre y podía llevar todo normal; si era normal estar con un balde pegado al rabo. Eran las  vacaciones y tenía dos meses para recuperarse antes de empezar el colegio, porque allá no aguantaba tener el balde como sombra para tirarle el día a los profesores y nadie iba a ir por él al colegio, no se podía.

Para que se curara ese muchacho lo mandaron a Chaguaní a ver si era el clima o la altura o quién sabe qué mierda . Pero allí fue más difícil. Sus primos estaban zafados, lo hacían reír y toser, vomitada fija. En una de esas le entró la risa en la casa y sabiendo lo que venía corrió pasando la entrada. Ya en la calle se pegó su buena trasbocada. 

Estaba de buenas porque lo vio pasar la médica rural y lo ayudó, lo llevó al centro de salud, allá lo dejó pegado a un tubo para que le hicieran micronebulizaciones. En la tarde se apareció. Ese muchacho está enfermó, dijo la Doc; descubrió que el agua moja, pensó. Aunque tenía buenas intenciones. La doctora le dijo, no tengo las herramientas acá, debe irse a Bogotá a hacerse estos exámenes. Adiós Chaguaní. Regresó a la ciudad. Exámenes, más exámenes. No contentos con los exámenes del colegio ahora le clavaban exámenes médicos en vacaciones. ¡Hijueputas! La verdad es que esperaba poder mejorar. Ya no era tan agradable la vomitadera. 

Para amenizar las vacaciones y la enfermedad, la familia se congregó una tarde de sábado ante la mesa. Unos pasabocas y parqués vente pa’ acá. El pelao las verdes, la mamá las amarillas que le recordaban unas flores, el hermano las rojas de La Mechita y el novio de ella las azules conservadoras. Tres-tres. Salen primero las verdes. Tres fichas como esmeraldas avanzan hasta la mitad del tablero sin dificultad dejando una a la retaguardia, cuidando la casa. Los otros no logran echar pares y sacarlas de la cárcel. Cuando por fin salen le han dado tiempo para ubicarse bien. Las rojas escarlatas lo persiguen, las fresias de la mamá le ceden espacio, no les gusta conflictuar, las azules conservadoras presionan. El chico es a mil pesitos, como por ponerle emoción a la vuelta. En menos de nada, logra hacer que las tres primeras lleguen con ventaja a zona segura. Siente el chico entre las manos. Esas tres luquitas para maquinitas y un bombombun morazul para Alejita, mamasita. Se tomó el juego como un triunfo pasional, sí señor. Iba a ganar. Gracias a ese parqués iba a ver como Alejita chupaba el bombombun, verle esa jetica morada y olérsela dulcísima, besarla por esta y la otra eternidad pero sin vomitar, ella lo iba a curar, sus besos lo iban a sanar de esta y de todas las enfermedades de cuerpo y alma y es que de pronto hasta le gustaba jugar maquinitas y por ahí la dejaba ganar y … pa’ la cárcel. ¿Cómo así? Pa’ la cárcel, tenía que echar y no echó, le dijeron las rojas, toma tu soplada y pa’ la cárcel. ¡Ah marica! Por andar de enamoradizo. Las amarillas sentenciaron como madre premonitoria, esa fichita suelta va a ir mucho a la cárcel. Se demoró en volver a sacar pares. Las rojas avanzaron endemoniadas. Las amarillas llegaron con serenidad. Las azules se ubicaron en la avanzada. Sale y otra vez a la cárcel, otra vez a la cárcel. Las rojas se burlaron, las amarillas soltaron un maternal, se lo dije. Las azules se manifestaron con un silencio frío, azul, azul que te quiero azul. Ah no, era verde que te quiero verde. Versito de mierda, si no las hubiera escogido verdes estaría ganando, como las azules. Debió escoger las azules o las moradas o ¿no habría morazul como la boquita dulzona de Alejita? Ojo que va a perder. 

Confabuló, se puso maquiavélico. Esas tres lucas eran para él o para nadie. Necesitaba un dispositivo. Intentó agitarse y salir  corriendo para entrar al baño y regresar pero no lo logró. Pensó en atorarse con uno de los pasabocas, falló. Entonces el hermano soltó un buen chiste, de verdad un buen chiste, uno espontáneo y sencillo, mientras se acercaba a un disputado triunfo contra las amarillas o contra las azules, no contra las verdes. Estaba perdido hasta que llegó el chiste. Lo hizo reír, lo hizo toser, lo hizo vomitar. Vomitó, trasbocó hasta la última gota de sus entrañas. Lo hizo sobre el tablero. Lo hizo para guardarse aunque sea esos mil pesitos, todavía le servían para las maquinitas o para Alejita. Sobre el tablero se podían identificar pedazos de comida. Fue el vómito que más disfrutó de las vacaciones. Las rojas se pararon asombradas. Las azules, habrá que decirlo, lo auxiliaron. Las amarillas hablaron, otra vez bajo la figura de la sentencia, mañana mismo pa’l médico.

Lo había logrado, había conservado los mil pesitos. Triunfante salió de la casa y se fue directo a las maquinitas. ¡Qué Alejandra ni qué hijueputas! Otros amores vendrán.

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