Grietas en la calle 22

Por: Jessica Tolosa

Tiempo de lectura: 3 min.

Llega a mi mente la imagen de una grieta, es una imagen clara. Sobre el pavimento la grieta descansa, tiene un fondo negro y recorre varias superficies, trazando un mapa en el tiempo. Sé que todas se sienten diferente, sin embargo, no podría distinguir entre una grieta en la pared o una en el cemento, al rozarlas no sabría lo que mi mano está tocando, podría asumir que ambas están llenas de polvo o mugre.  La imagen persiste por varios minutos, y ahora la puedo ver en mis propias manos, en la piel que las recubre, es un mar de grietas que no tenían ese nombre antes, también las veo en las líneas que trazan ambas palmas y al cerrar las manos las grietas aparecen, pero no están quebradas, son líneas contundentes, me son ajenas, aunque haya convivido toda mi vida con ellas.

Secuencias de figuras aparecen, raíces, grandes raíces de un árbol plantado al frente de cualquier casa, o tal vez venas, algunas sin color; o un rayo dibujado en el cielo. Pero la imagen misma de una grieta suscita varias interpretaciones antes que la verdadera. Son retazos de un concepto, figuras pequeñas, representaciones sin cuerpo en el día. En la imagen del mundo que me fue entregada las grietas no importan, y tienen más allá del olvido la condena de la movilidad, pero es una movilidad absurda, pues no abandonan nunca, aunque pueden extenderse a su gusto, nadie sabe dónde nace una exactamente, o dónde muere, o por qué se detienen. 

Como si tuviera alguna compensación con las grietas, me pregunto ¿Cuánto tiempo debe pasar para la aparición de una nueva? ¿El aire duerme dentro de ellas? ¿Puede nacer una sobre otra? Ninguna respuesta llega. 

Mi habitación tiene cinco grietas en la parte derecha de la pared que da hacia mi cama, son pequeñas y parecen no haber nacido hace mucho tiempo, probablemente alguna existe desde que llegué, pero eso no lo sé, no podría saberlo porque nunca presté atención. No sé si las grietas cambian de color, de uno tenue a uno más oscuro, o depende de lo que recolecten dentro. Ahora sé que las grietas de mi cuarto son reservadas, son huéspedes, y no hacen ningún ruido. Las grietas viven su propia vida. 

Nuestra casa tiene grietas, la calle también, incluso varias partes del cuerpo se nos pueden agrietar, son como pequeñas puertas a un mundo que vive muy adentro. 

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